sábado, 17 de octubre de 2009

Apuesta de felicidad.

De nuevo otro encuentro aplazado, por cinscunstancias ajenas a ellas, como suele llamarlo su pareja.
Se conocieron en este mundo cibernético que tantos corazones ha unido. Gema es de Madrid, y ella ( que se llama María José ) es de Granada.
Tenían previsto verse este póximo fin de semana. Pero Gema que acaba de telefonear a María José, le ha dicho que no podrá ser, que viene familia de Canadá, que hace tiempo que no los ve y que no ve bien no estar allí para recibirlos.
María José ha visto su ilusión desmoronarze delante de ella, de golpe, como si una patada traicionera la derrumbara.
Compadecida de sí misma nota que a veces le fallan las fuerzas para seguir adelante con una relación que padece de distancia y se divisa a veces sin futuro.
Si Gema viviera también en Granada, piensa María José, qué distinto sería todo, la invitaría a cenar a ese restaurante italiano que tanto le gustó y le encantaría a Gema, seguro, el pastel de chocolate caliente. Y seguramente, sigue pensando, ella se habría declarado un atardecer en la Alhambra. Se verían casi todo el tiempo y esa separación tan insoportable y despiadada no haría mella como hoy.
Con esta tristeza que la acompaña desconfía de su capacidad para permanecer al otro lado de
esos kilómetros que le roban besos, caricias, proximidad y alegría.
Es muy díficil en momentos así contentar al corazón con recuerdos felices de la última vez que se vieron, sin embargo estalla de emociones cuando ha vuelto a llamar Gema y le dice que no esté triste, que no se puede estar triste cuando alguien te ama más que nada en el mundo. Que esta distancia es sólo física, que no consigue separarla de ella un sólo minuto...
Y entonces siente de nuevo su corazón la suerte de amar y ser amado, y se vuelve valiente para desafiar los obstáculos que las separan y apuesta una vez más por su felicidad.

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