miércoles, 22 de enero de 2020


Lo que yo daría por saber
si me han pensado un instante
cuando declina la tarde
sobre los recuerdos que acuden a sentarse
en las escaleras que van del corazón
a la razón.

Me he parado con los ojos cerrados
frente a la ventana que da a la calle,
el ruido no es suficiente para que no oiga
el paso acompasado de mis pensamientos
al borde de su boca
y al límite de un tiempo que incita la memoria.

Para qué saber si coincidimos alguna vez
en la misma fila de este romántico teatro que nos representa una función pasada?.

Para qué desear que sea así 
y constatar que hemos ocupado las butacas siete y  ocho 
en el breve espacio en que subía y bajaba el telón?.

Quizás para entender que todo eco
fue sonido,
que somos también aquello que hemos sentido,
y que somos  vulnerables al olvido.

Lo que daría yo por saber
cuál de mis amores me ha retenido
en el minuto exacto en que el reloj señalaba  el principio de una primera batalla cuerpo a cuerpo,
cuando se empezaba a hacer historia
en un campo minado de ilusiones que predecían victoria.

Y cuál se ha dado la vuelta
como si de repente
hubiese  susurrado mi nombre el viento,
y me ha buscado entre la gente,
constatando entonces
que solo estoy en su mente,
y aún así me sonríe entre tanta multitud
que desconoce que vamos a solas.

Y hemos creído
como  cree la nieve al frío,
que recordar  no es impulso
si no latido,
y  tono de una canción
que hace para el invierno
un pedacito de abrigo.