Andrea presintió aquella mañana que allí estaba el límite, cuando abrazada a Sofía le había dicho que la amaba más que a nada ni nadie en este mundo y Sofía con los ojos brillantes de lágrimas le había dicho que la quería mucho.
Ella no quería que la quisiera mucho. Sus sentimientos desbocados por aquella mujer pedían a gritos y en silencio mucho más que un cariño de amistad.
Andrea presintió aquella mañana que allí concluía su acometimiento hacia un corazón que lamentablemente amaba a su vez a otro corazón que no era el suyo.
Aquella mañana se vió vencida en la batalla, sin fuerza alguna para iniciar nuevas contiendas u ofensivas. Había intentado de todas las maneras imaginables que Sofía correspondiera a sus sentimientos con la misma fuerza con que ella le ofrecía los suyos, pero Sofía anhelaba el regreso de un amor perdido y suspiraba cada recuerdo, cada gesto, cada detalle, cada parte de la persona amada.
Y contra esa guerra de emociones, afectos, evocaciones, huellas... Andrea no podía seguir combatiendo, más aún , aquella mañana, destrozada de tantas heridas, cedió a la derrota y al llanto de un corazón que iba aniquilando con aquella tregua que decidió comenzar lejos, muy lejos de Sofía.
Ahora en aquel tren con destino a la más amarga de las soledades, los ojos evocados de Sofía la requerían y el dolor oprimía el alma con tal fuerza que se sintió desalmada cuando el vagón ya se movía por la marcha y ella no se bajó ignorando la compasión que esta le pedía.
Le había dejado una breve nota a Sofía:
- Me voy, sabrás de mí. No te preocupes - .
Cuando fuera capaz daría justificación a aquella huída. Ahora sólo podía poner distancia entre ella y su amor inalcanzable.
- Sofía, Sofía - El nombre rodaba en su mente.
¿ Y si a partir de ahora ella se convertía en una mujer incapaz de amar a otra que no fuera Sofía ?. La pregunta hizo que un estrecimiento la recorriera entera, golpeó violenta su reflejo en el cristal.
2 comentarios:
Queda en la incertidumbre qué piensa la escritora de esos amores perennes que nos encadenan y nos impiden abrirnos a otr@s nuev@s. ¿es lícito permanecer fieles al amor immposible? o, sería más humano y mucho más práctico renunciar, por fin, a ese imposible que nos negamos a abandonar?
La autora piensa que lo humano parece ser se contradice aquí con lo que sería mucho más práctico. Generalmente cuesta mucho "despedirse" de un amor, nos quedamos demasiado tiempo colgando de ese amor. Pero si no hay otra persona más que nos enamore como esa,qué se puede hacer?. Quizá rendirse a la evidencia de que es "ella" y nadie más,no?.
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