Clara: Por eso estoy triste y sin ilusiones. Puedo comprarme el mundo, pero eso no me hará ilusión.
Yolanda: No va a tener nunca la queja de que dejé de esperarla. Eso no podrá echarmelo en cara. Y cuando la tuya aparezca le diré que no la mereces porque perdiste totalmente la confianza en el encuentro, que lo sepas.
Clara: No aparecérá, así de sencillo. No tendré que dar explicaciones a nadie.
Yolanda: Ahora no puedo resistirme a decir mi frase favorita: Quién sabe!.
Clara: ¿ Quién sabe ?. Te repito, yo lo sé.
2 comentarios:
Bueno, parece que, a estas alturas, está muy claro que hay cosas que no tienen precio y por eso no se compran. La capacidad de ilusionarse, con unas y otras cosas, debe ser una de esas que nos mantiene jóvenes, independientemente de otras penas o sinsabores. Posiblemente, el principio de la muerte empiece en ese día en el que la apatía o la falta de ilusión nos invada de forma casi completa.
Voy a cruzar los dedos para que esa invasión casi completa no llegue nunca.
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