Se sienta frente al ordenador con la idea fija de escribirle una carta de amor. Se le enmarañan las palabras intentando atrapar las que más fielmente describan sus sentimientos.
Entonces entabla conversación con el recuerdo de aquella a la que va dirigida la carta.
Le cuenta de la tarde que va pasando y no la tuvo consigo... Que vió al perro abandonado y lo acarició por las dos...
Le dice que su madre preguntó por ella... Que su hermana la mencionó en el desayuno..., que quizá eso dió pié a su madre para preguntar por ella.
De repente entiende que se pasa el tiempo y que no ha escrito una sola línea para su amada, intenta concentrarse y dejar su mente fuera del alcance de su recuerdo, pero entero el corazón lo retiene y la imagina inaugurando la noche... y delira en sus besos... y le habla de los largos días que no pasan y retrasan su llegada... Y del vuelco que dió ayer cuando escuchó su voz en aquella lejanía tan amarga...
Y ahora, el alma abierta, describe las fuerzas que le faltan. Y se hace al final, ese recuerdo, nubloso tras las lágrimas.
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