Iba a vivir el último encuentro. Lo había presentido durante toda la noche. Una inquietud constante la mantuvo despierta hasta altas horas de la madrugada.
Sabía que allí y dentro de media hora Merche llegaría, pero no como siempre.
Serían distintos sus gestos y sus palabras. Lo sabía.
Se sentó en el rincón de siempre y pidió su acostumbrado café vienés.
Quiso estar preparada para tan temido golpe. Pero no sabía qué hacer. Repasó apresuradamente trozos de su vida junto a ella.
Dudó de que aquel vaticinio fuera a cumplirse e intentó sonreir, pero sintió como si una mano invisible le arañara la boca. Sintió miedo, mucho miedo y se volvió para mirar la calle por la ventana de la cafetería.
Vió como en frente se agolpaba una gran muchedumbre. Alguien entró donde ella estaba y pudo escuchar que habían atropellado a una mujer.
De nuevo notó la mano invisible que esta vez le oprimió el corazón. Se levantó como pudo rogando piedad en cada paso que la acercaba al grupo de gente
Hasta que la vió e inevitablemente se hizo evidente el último encuentro.
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