viernes, 26 de septiembre de 2008


Ayer fué un día de esos en que sientes la tristeza haciendo como una parada en seco en medio del corazón.
Me desperté con la sensación de haber desembarcado, después de toda una noche de insomnios, en una tierra de angustias.
Sin motivo aparente se me encogía el alma y se me nublaba la vista con unas caprichosas lágrimas que me impedían maravillarme con el espléndido día que había fuera.
Mi perra subió a mi habitación y en un tono, triste también, me suplicaba que la subiera a mi cama.
_ Amanecimos mal,eh,Natacha?-. Aumentaba el sonido de su ruego, pero hice oídos sordos. Me volví hacia el lado de la pared,cubriendome hasta la cabeza. Cuando vió que no conseguía su propósito pese a su empeño, se marchó resignada.
Sustituyó a su lamento un silencio punzante .
Fué un día de esos en que las sensaciones te provocan, te desafían a batirte en duelo de papel y letras. Pero desdeñé el reto. Descorrí las cortinas y
tuve la descortesía de bajar la persiana del alma.
Y desdichada y descuidada la oí quejarse mientras tomaba café en aquella terraza o acostaba a Nati mucho después.

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