martes, 11 de agosto de 2015

La princesa está triste.

Érase una vez una princesa rubia con trenzas que abarcaban el ciberespacio.
Su pelo alcanzaba lugares desconocidos para ella, llegaba a personas de quienes no sospechaba su existencia.
A veces su trenza se enredaba en marañas de las que solía salir airosa,
otras veces el lazo que sujetaba su pelo, se desataba y tenía que recoger rápido su trenza para no desmelenarse.

La princesa es sabia y conocía los peligros de llegar a lugares y a personas desconocidas
pero su ilusión y su anhelo de alcanzar algún día el corazón de una persona a la que entregar el suyo
le hacían arriesgar y persistir.

Un día, la princesa llegó a un espacio donde se sentía cómoda y feliz.
Decidió quedarse y recogió su trenza.
Su corazón estallaba de felicidad y, sin cautelas, se entregó al placer de haber alcanzado su meta.
Amó y se entregó como tenía que ser.

Pasó el tiempo y surgieron obstáculos que no pudieron vencerse.
Ataduras que no permitieron que ese amor fuera libre.
La princesa  tuvo que aceptar la evidencia del final de aquella historia y cayó en un estado de postración.
Herida, sola y frustrada por haber tenido la felicidad y haberla perdido de nuevo
se retiró a su castillo y, desde la torre, derramaba lágrimas y miraba a través de su ventana
por si alguno de los caminantes que pasaban cerca le hacía señales del ansiado regreso.

Pasaban los días y la princesa comenzaba a aceptar la evidencia.
Era muy duro para ella haber tenido que renunciar al amor de nuevo
y se preguntaba una y otra vez por qué tuvo que aprender ciertas cosas,
por qué tuvo que pasarle esto cuando ella solo quería ser feliz.
¡¡Ella solo había amado y entregado su corazón!!

Tuvo que pasar un tiempo hasta que los campos volvieron a reir,
hasta que los cantos de las alondras volvieron a llenarla de ilusión por la llegada de un nuevo día.
Hasta que las madrugadas dejaron de estar llenas de lagunas de sueño y se llenaron
de sueños de futuro donde anidar de nuevo en un corazón amable y libre.

La princesa volvería a reir, volvería a soñar.
Lo dijo un juglar que cantaba sus trovas en el mercado.
Lo dijo el viento que al pasar dejó su historia en mis labios.
Y yo sonreí al saber de su dicha.
                                 
                                                   ( Halley )

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