martes, 8 de abril de 2008

CARRERA HACIA LA FELICIDAD




Llevaba nueve días sin moverse de la sala de espera.
Le dolía todo el cuerpo de la incomodidad de las sillas de aquella estancia.
Eran las siete de la mañana,unos finos haces de luz,apenas perceptibles,intentaban colarse por un pequeño hueco de la ventana que la persiana no tapaba.
A esa hora era la única persona de la sala.
Ya empezaba a despertarse el día y comenzaba a notarse en la sexta planta.
Se levantó de la silla.En su camino hacía la 620 encontró a un enfermero que la saludó amablemente y a una enfermera que ni se percató de su paso.
Desde el pasillo se divisaba al fondo, la habitación.Como los otros días vió a una persona custodiando la puerta.Esta vez no sabía de quien se trataba.
Como los otros días,tenía que esperar hasta las doce de la mañana para hablar con el médico.

Todo había ocurrido muy rápido y aún tenía cierta incertidumbre sobre si todo había pasado como
ella recordaba,sobre la hora exacta en que se enteró y de si le dió aviso Juanma o Raúl. -Lucía ha tenido un accidente-.
Llegó al hospital con el corazón embravecido por el dolor.Con la angustia y el miedo por compañía.
Allí se encontró con los padres de Lucía,su tía Rosa y no sabría decir quienes más.
Cuando se acercó a ellos,nadie se dignó siquiera a responder a su:-¿Cómo está?.Se apartaron al otro extremo de la sala,dejando claro que ella debía quedarse en el otro.

En el tiempo que llevaba allí no había visto a Lucía.
Las horas se eternizaban en la esfera del reloj.
Insensibles ante su ilimitado sufrimiento,a ellos,los veía pasar o hablar por los pasillos.
Ni una sola vez fueron capaces de prestar un poco de misericordia,de compasión ante el desmembrado ser que ella era.
¿Cómo era posible tanto odio y resentimiento?.
Lucía era su novia,su pareja,su amor...
Ellos lo sabían.
Sí,es cierto que jamás lo aprobaron,que en las pocas veces que coincidieron quedó pantente la tirantez,el desaire,la indiferencia,el desprecio...
No obstante,lo de ahora,rozaba la crueldad absoluta.

No le importaba su desprecio ni su indiferencia... Ella estaba allí.
Y seguiría allí y no se movería un centímetro pesara a quien pesara.Por que allí,allí estaba Lucía.Su vida misma.

La vió entrar.Traía los ojos quemados por las lágrimas.
Se le paró en secó el corazón.
No podía levantarse de la silla en la que se había vuelto a sentar.
La madre de Lucía llegaba a ella,eran interminables los dos pasos que las separaban.
A ella le sangró el alma.
¿Venía a decirle que todo había terminado?,¿que qué seguía haciendo ella allí?.
Un frío helado se apoderó de ella.
Aquella mujer abría la boca - Lucía quiere verte,espero que no le digas....
No oía más.Las palabras se quedaban atrás.No podía escuchar nada ya,porque corría ya, su particular carrera hacia la felicidad.





1 comentario:

noviembres dijo...

Pues sí, ese tipo de crueldad supongo que todavía debe existir, por mucho que se nos hielen el alma y todas las células del cuerpo, cuando el dolor de no saber o no poder estar con esa persona imprescindible nos incapacita incluso para sacar lo único que nos permitiría defendernos, la rabia frente a la opresión y la barbarie.
En fin, que no nos pase nunca algo así.
Saluditos