La poesía me la provocó siempre una mujer, quisiera ella o no.

La poesía (buena o mala) que escribo
ha sido, es y será
aspiraciones al corazón de una mujer.
Las musas, desde el principio, vestían el iris de sus ojos,
y hacían de su cuello un tobogán  de presentimientos, sueños y deseos.
En la punta de los dedos quema la distancia, la esperanza...
y alguna que otra idea loca de ser dueña de todos los tiempos posibles.
Al escalofrío de la piel se me zambullen los versos clandestinos
que anduvieron o andarán su cuerpo.
Y la primera estrofa de cualquier pensamiento presente o pasado,
sólo quiere habitar el amor por fechas sin término.
La poesía ( mala o buena) que escribo
se llama como ellas;
Una amalgama de nombres propios para definir
tanto la alegría del encuentro como la tristeza de no encontrarse más.
Sus estrofas se reconocen en la prosa de sus caderas,
la metáfora asocia su ausencia al invierno de puertas abiertas
en medio de corrientes de olvido...,
con lluvia tras los cristales de los recuerdos.
Y un poema, siempre libre,
para llamarla,
cuando y donde pueda.
(Porque  creo que no sé escribir de otra cosa,
aunque quiera).
Y un poema, eterno siempre,
para esperar respuesta.